Señor editor:
Un artículo recientemente publicado por Calleja Argudo et al1 ha tenido cierta repercusión, o al menos eso sugieren las cartas enviadas en relación con el mismo2,3, las cuales, por otra parte, han coincidido con un interesante editorial de González López-Valcárcel y Barber Pérez4.
Sin lugar a dudas se trata de una cuestión que ha venido planteándose desde la creación de la especialidad: «¿Por qué las personas graduadas en medicina no quieren ser médicos o médicas de familia?». Desde luego esta es la cuestión que se abordaba en estos textos, pero en realidad el tema de fondo es otro: ¿por qué hay tan pocas personas graduadas en medicina interesadas en trabajar en Atención Primaria o que, al menos, no les importe hacerlo?
Es este uno de los aspectos en que disiento del editorial, porque el centro del problema son las condiciones laborales y el prestigio profesional de la Atención Primaria. Desconozco las prioridades en la formación especializada de enfermería, pero en lo que no hay duda es que, al margen de lo que las necesidades del mercado laboral condicionen una vez terminada la residencia, es anecdótica la elección de pediatría con intención ya inicial de trabajar en Atención Primaria.
El escaso interés de los y las estudiantes por la Medicina Familiar es bien conocido. Apenas una décima parte lo consideran su primera opción laboral en cursos preclínicos5, y esa proporción disminuye al final del grado6. Las actitudes de las y los estudiantes hacia la Medicina Familiar son similares independientemente de que se imparta una asignatura específica en cursos clínicos o preclínicos, y no predicen la elección posterior de la especialidad7.
Por otra parte, en el editorial no se da la suficiente relevancia a una cuestión a la que se hace referencia de pasada: «[…] la huida hacia urgencias hospitalarias, gestión o investigación». Al margen del tradicional apego de médicas y médicos de familia por los despachos, la histórica sangría hacia las urgencias habría que situarla como una de las principales razones de la escasez de profesionales. Hace mucho tiempo que algunos ya advertíamos de los riesgos de fomentar la «pluripotencialidad de la especialidad»8. Entendible desde el punto de vista corporativo, pero letal para los intereses de la Atención Primaria. Y aún quedan unos años, por lo menos hasta que terminen las primeras promociones de la nueva especialidad de urgencias y emergencias, de seguir viendo cómo alrededor de la mitad de los residentes que terminan en cada promoción acaban engrosando las, en general, sobredimensionadas plantillas de urgencias hospitalarias.
Un aspecto en el que considero que sobra optimismo en el editorial es en la afirmación de que «la Medicina Familiar ha recibido un enorme impulso en las universidades en la última década». Es verdad que partíamos de la nada, pero, parafraseando a Groucho Marx, podríamos decir que «hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria». En la actualidad, la Medicina Familiar tiene una implantación muy desigual en las diferentes facultades de medicina españolas, y en alguna, como la de Albacete9, la lucha por conseguir un mínimo espacio de apenas seis créditos supuso para algunos la expulsión de un sistema universitario anclado en una servidumbre propia del feudalismo.
Más allá de estas puntualizaciones, comparto plenamente el espíritu del editorial. Creo que es muy importante subrayar el riesgo de dejarse llevar por un «pensamiento ilusorio» que «solo conduce al aislamiento». Y aún diría más, con riesgo de caer en la irrelevancia, que es, en mi opinión, lo que ocurre al decir que, «si Familia tuviera 135 plazas MIR, la oferta se agotaría sin problemas»10, cuando las necesidades profesionales hay que contabilizarlas en millares.
Ciertamente, «el ascenso de la Medicina Familiar al olimpo de las especialidades de primera solo se conseguirá con un cambio en las organizaciones sanitarias» a través de la «mejora de las condiciones laborales, la autonomía y el prestigio profesional». Enlaza este punto de vista con lo expuesto en el segundo editorial del mismo número11, cuyas recomendaciones comparto. Añadiría que solo cambiando el flujo del dinero para que las inversiones entren por la Atención Primaria y desde ahí, según necesidades, se distribuyan a los demás niveles, se podrá romper con el «hospitalocentrismo que corroe nuestro sistema público de salud»12.