Las enfermedades cardiovasculares (ECV) constituyen una de las primeras causas de muerte a nivel mundial1. Consensos de expertos y guías de práctica clínica sobre recomendaciones cardiovasculares establecen criterios de tratamiento farmacológico, marcando objetivos de control2. De esta manera los medicamentos utilizados para la prevención de ECV se han convertido en una herramienta asistencial básica. En este sentido, estudios como EUROASPIRE3,4 evidencian que la implementación exclusiva de farmacoterapia no es suficiente y que debería combinarse con modificaciones del estilo de vida. Por tanto, se requiere una intervención multifactorial, tal como indican las estrategias de prevención y tratamiento de ECV2,5. No obstante, hay que precisar que las modificaciones de los estilos de vida están sujetas a condicionantes socioculturales y socioeconómicos que la actuación sanitaria debe atender. Otros aspectos importantes que influyen en los resultados de salud son la influencia de las creencias del paciente acerca de su tratamiento, la visión personal sobre lo que ha causado su enfermedad, los síntomas que cree que se asocian a su trastorno y el control que percibe para su manejo6,7.
Al respecto, se encuentra que son escasos los estudios que pretendan identificar las creencias de los pacientes sobre la efectividad de las distintas prácticas terapéuticas y/o preventivas (adaptación de estilo de vida y medicación). Para responder a este objetivo, se diseñó un estudio transversal descriptivo cualitativo, donde se realizaron entrevistas en profundidad semiestructuradas (técnicas de investigación cualitativa)8 para valorar la efectividad que los pacientes atribuyen al hecho de acatar hábitos de vida saludables y/o seguir tratamientos farmacológicos. Se entrevistaron a siete pacientes voluntarios entre septiembre y diciembre de 2018. Dichos pacientes firmaron un consentimiento informado para participar en este estudio, y los datos de carácter personal fueron manejados de forma anónima y confidencial.
Como resultados de este estudio, cabe destacar que los pacientes entrevistados no solían entender el carácter multifactorial del riesgo cardiovascular (RCV) como la probabilidad de presentar una ECV grave a largo plazo. Mientras que desde el punto de vista biomédico se entiende que múltiples factores aumentan la posibilidad de que suceda algún evento cardiovascular en los siguientes 10 años, los pacientes hacen una interpretación personal a corto plazo según los síntomas que perciben. No necesariamente pueden identificar en su cuerpo las alteraciones derivadas de la hipertensión, la hipercolesterolemia o la diabetes, solo asimilan el riesgo cuando comprenden que su organismo se afecta progresivamente sin llegar a sentirlo. Por esto, son sus emociones lo que conectan con la noción del riesgo. Todos percibieron el RCV como una enfermedad peligrosa, y casi todos mostraron sentirse asustados frente a esta condición. Un ensayo clínico de intervención educativa sobre RCV realizado en personas diabéticas tipo 2 mostró que cuanta más información tenían los sujetos, más se reducían sus factores de riesgo9. Este hecho se refleja también en este estudio. Por todo ello, la propuesta clínica debería partir de la comprensión del paciente sobre su condición de salud, y entonces ofrecerle educación adecuada que le empodere y refuerce su capacidad de gestión del RCV. Según la Guía ACC/AHA 2019 sobre prevención primaria de la enfermedad cardiovascular, una de las tareas prioritarias de los profesionales sanitarios es la promoción de comportamientos saludables2. Sin embargo, es sobradamente conocido que la modificación de las conductas no es tarea fácil10,11. Durante la realización del presente trabajo, un entrevistado manifestó que tuvo que acudir a consulta con psiquiatría para poder aceptar y modificar sus conductas: «Estuve con el psiquiatra porque me costó muchísimo aceptar que esto me pasaba». Otro entrevistado decía: «Tomar unos vinos me da la vida». Vemos, pues, que modificar estos hábitos no es sencillo porque son hábitos muy significativos para las personas, lo que demuestra la complejidad que puede implicar su abordaje. La clave resulta en considerar que en esas conductas y resistencias al cambio están involucrados aspectos culturales, sociales y emocionales12,13. Lo que deberíamos preguntarnos es si los métodos usados en la práctica clínica atienden o no a esa naturaleza pluridimensional de las actitudes y conductas. Otras autoras14 consideran que las dificultades presentadas para modificar el estilo de vida pueden estar relacionadas con los diferentes componentes del modelo de creencias de salud, puesto que, si los pacientes no se perciben susceptibles ante las complicaciones de la enfermedad, es difícil que modifiquen su comportamiento.
La hipótesis principal de nuestro estudio era que la «efectividad atribuida a la medicación» puede estar condicionando la gestión de la enfermedad por parte de los pacientes y contribuir a disminuir hábitos saludables. Los pacientes del presente estudio consideran que la combinación de las medidas higiénico-dietéticas junto con la medicación es lo que lleva al éxito del tratamiento. Destaca la creencia en la efectividad y complementariedad de ambas medidas, y la satisfacción con los resultados que consiguen con ello. Estos resultados son discordantes tanto con la hipótesis planteada como con los estudios previos de Pérez Rosabal13 y López-Amador11, que concluían que los pacientes concedían mayor importancia —sino toda— a la toma de medicamentos respecto a otras medidas terapéuticas. Estas diferencias observadas pueden deberse a que se trataba de personas que confiaban en los profesionales sanitarios, por lo que puede haber una transferencia desde el sistema experto. De igual forma, puede deberse al factor complaciente con la entrevistadora.
Es necesario tener en cuenta las creencias y experiencias de los pacientes respecto a sus condiciones de salud y sus tratamientos, para poder responder adecuadamente a sus dificultades, necesidades y garantizar el mejor resultado de sus tratamientos.