Señor editor:
La osteoporosis es un proceso asociado principalmente a la deprivación hormonal de la menopausia y a la edad. Las manifestaciones de esta enfermedad son las fracturas óseas por fragilidad1. Su prevención es necesaria como estrategia de salud en mujeres posmenopáusicas, hombres mayores de 70 años y pacientes con enfermedades predisponentes2,3.
Para evaluar el riesgo de fractura por osteoporosis, se utiliza habitualmente una prueba conocida como densitometría ósea (DEXA). Es una técnica especializada, que se emplea para medir la densidad mineral del hueso4. Para seleccionar las/los pacientes con un riesgo elevado de fractura, no solo se deben tener en cuenta los resultados de la DEXA, sino también los factores de riesgo de fractura relacionados con la osteoporosis5.
Se valoró la adecuación y la oportunidad en el diagnóstico del riesgo de fractura por fragilidad debida a la osteoporosis en una consulta de Atención Primaria en el medio rural. Para ello se utilizó el FRAX, una herramienta predictiva de fracturas por osteoporosis. A partir del riesgo de fractura global calculado por el FRAX, se tomarían decisiones sobre el diagnóstico y posible inicio del tratamiento6-8.
La evaluación de la adecuación y la oportunidad en el diagnóstico de la osteoporosis previamente recogido en la historia clínica se hizo a través de una auditoría propia o self-audit, con hombres y mujeres posmenopáusicas con un diagnóstico previo de osteoporosis y/o tratamiento para la misma. Se utilizó la herramienta FRAX en el momento de la consulta. Se informó a los/las pacientes del objetivo, propósito y uso de los datos recogidos. Antes de llevar a cabo la self-audit, se evaluó si el diagnóstico y el tratamiento de la osteoporosis habían sido adecuados. Posteriormente, basándose en los resultados del FRAX y en el criterio clínico, se ajustó la estrategia de diagnóstico y tratamiento.
Los resultados previos a la self-audit se describen en la tabla 1. Se pudo comprobar que se había solicitado una DEXA al 35% (n = 10). De estos, se diagnosticó de osteoporosis al 70% (n = 7) y se trató al 90% (n = 9). Por otro lado, se evidenció que no se había solicitado DEXA en el 64% de los casos (n = 18). De estos, se diagnosticó y se trató de osteoporosis al 61% (n = 11).
Como resultados de la self-audit (figura 1), podemos decir que 14 casos presentaban FRAX bajo (50%), al revisar su historia clínica (HC) se encontró que a 6 se les había solicitado DEXA y que a 10 se les indicó tratamiento para la osteoporosis. De los 7 casos con FRAX intermedio (25%), al revisar su HC, se encontró que a 3 no se les hizo DEXA, pero se trató a 4 pacientes. Y de los 7 pacientes que presentaban FRAX alto (25%), al revisar su HC, se observó que no se había solicitado DEXA para ninguno de ellos. En este escenario podemos decir que se diagnosticó adecuadamente al 53% de los casos (n = 15) y se indicó el tratamiento apropiado al 39% (n = 11).
De acuerdo con los resultados encontrados, nos deberíamos plantear si la toma de decisiones en el diagnóstico y el tratamiento de la osteoporosis basándonos solo en la DEXA es una práctica adecuada, ya que, según el método aplicado, existe una parte de la muestra en la que hacer una DEXA realmente no modifica la actuación final en estos pacientes. Esto nos recuerda que factores como la carga genética y los antecedentes personales o familiares tienen gran peso en el riesgo de fractura y son aspectos que no se pueden evaluar únicamente con la DEXA9. Aun así, no debemos olvidar que el FRAX tiende a infraestimar el riesgo de fractura por osteoporosis en la población española, por lo tanto, los pacientes en el límite entre riesgo bajo y moderado tendrían que ser evaluados con mayor cautela aplicando el criterio clínico10.
Estos resultados hacen pensar que existe un diagnóstico del riesgo de fractura por osteoporosis y un tratamiento inadecuado. Además, la eficiencia en el abordaje y la seguridad de los tratamientos de este problema de salud de gran magnitud y de alta prevalencia se deberían orientar hacia unos procedimientos integrales sencillos. Una coordinación entre los niveles asistenciales implicados alcanzaría seguridad, continuidad, adecuación y eficiencia suficientes para obtener los máximos niveles de calidad asistencial exigibles.